La relación entre las personas es igual a un tendido de cables por donde circula la corriente cuando esa relación funciona bien, como si se tratara de una instalación puesta en marcha con los mejores instrumentos, aunque la circulación se interrumpe cuando ese vínculo entre la gente sufre conmociones o se altera, provocando cortocircuitos capaces de producir alguna explosión, luego de lo cual los trabajos reparadores son largos, difíciles y casi siempre lentos. Muchos incidentes, que perturban hoy los intercambios personales y sociales, actúan como cortes en esa red conductora, desarticulando todo el sistema. Puede tratarse de sucesos de carácter muy variado, pero si se rastrea su origen es posible encontrar un factor que los asocia entre sí: se trata de la pérdida gradual del respeto como garantía del funcionamiento armónico de una convivencia. Mientras las normas del respeto mutuo siguen vivas, aseguran una estabilidad colectiva, no solo porque controlan juiciosamente la conducta de cada uno sino porque representan la consideración con que se establecen los contactos con el prójimo.
El peligro de perder esas normas consiste en un declive hacia la intolerancia, la descortesía o la agresividad que comienzan a deteriorar toda relación social. Al desaparecer el respeto se evaporan los miramientos en la vida familiar, la aceptación de las ideas políticas o religiosas del otro, la deferencia ante el carácter racial, cultural o sexual de los demás, la compostura en un cambio de opiniones o un conflicto de intereses, la obediencia ante los signos de la autoridad y la presencia de ciertas investiduras, el esmero en la educación de hijos o dependientes, la gentileza en el trato con seres conocidos o extraños o el interés por mantener un diálogo en niveles civilizados. En general, eso ocurre porque la pérdida de respeto suele ser un reflejo de las deficiencias educativas o de la ignorancia, condiciones que dificultan o impiden comprender las razones del prójimo cuando discrepa con nosotros, ya que entorpece las posibilidades de entenderse mediante el empleo de la palabra, el uso del razonamiento o el manejo de argumentaciones, degradando lo que pudo ser un debate verbal o escrito y convirtiéndolo en un episodio de violencia que puede llegar a ser física y hasta criminal. El clima general se oscurece rápidamente bajo ese proceso.
Y así la corriente de la comprensión (cuando ya han quedado muy atrás las alturas de la cortesía, las fórmulas de los buenos modales y los matices de la cordialidad) se apaga como si se hubiera cortado toda circulación a través de aquellas líneas abastecedoras de una coexistencia tolerable. La extinción del respeto va descomponiendo el relacionamiento entre los hombres como si se tratara de una maquinaria cuyo desgaste interior determina finalmente el descalabro de su funcionamiento y la liquidación de la utilidad que prestaba. En términos sociales, arruina el servicio con que aquel sistema de cables transmitía los beneficios del entendimiento y operaba como antídoto para el impulso agresor, los vuelcos de discordia, los brotes de furia o los arranques de odio. Por eso lo que marchaba como un mecanismo regulador se pierde, perdiéndose de paso lo que mantenía en pie.
El respeto como barrera de contención en todo trámite comunitario, y como elemento capaz de suavizar el contacto entre dos o más personas, es también una actitud que mejora el aprecio por nuestros vecinos, favorece hábitos muy saludables en el tejido social y por lo tanto es una cualidad que opera a favor del clima democrático y los valores republicanos, al afianzar el reconocimiento del derecho ajeno a pensar y actuar como mejor le aconseje su conciencia y le dicte su sentido de responsabilidad ciudadana. Solo así la libertad y la tolerancia pueden circular debidamente por los cables generadores de la corriente que ilumina a cualquier comunidad.
Editorial El Pais
miércoles, 5 de octubre de 2011
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